martes, 30 de agosto de 2011

Gamarra gourmet



Fuente La República14 de agosto de 2011


Basta hundir el tenedor para sentir la suavidad de las carnes. La suculenta creación gastronómica que ve en la imagen se llama ‘El cachetón’, y el nombre no solo apela al corte obtenido del cachete de una res sino a la contundente porción que llegará a su mesa. La carne es cocinada con vino, ají y otras especias durante tres horas y media, a fin de que usted, comensal, no tenga la necesidad de utilizar el cuchillo para disfrutar de un bocado. Humeante y jugosa, la res se sirve montada sobre una cama de tacu tacu a base de frejol canario y una típica sarsa criolla. Un manjar que vale la pena probar en este local del emporio comercial de Gamarra. Otro platillo que se ha vuelto un boom en este peculiar restaurante cuatro tenedores es el arroz con pato. La cocción es la tradicional y sin mayores secretos: con chicha de jora, zapallo loche y ají amarillo. Sin embargo, la suavidad del pato es otra vez lo que más sorprende. Un arroz graneadito y dos presas carnosas bañadas en el jugo de la preparación son suficientes para convencer a cualquiera de atravesar los caóticos alrededores de Gamarra solo para descubrir otro de sus 48 platos. En su amplia carta de cocina peruana podrá encontrar opciones tan novedosas como el ‘Pulpo de Los Olivos bien faite’, el ‘Tiradito de Papi Rey’ a base de pejerrey o el ’Mi causa el cholito’ con relleno de pollo y salsa pachamanquera. Rodeado de sillas hechas con ovillos de hilo, una barra con carretes de confección y un mapa del Perú hecho con botones, Tr3s integra la esencia de Gamarra en una versión gourmet. 
Muy recomendable.

Son Tr3s

El 27 de mayo de este año, Jimmy Rosales, Eduardo Paz y Andrés Orellana inauguraron Tr3s, un restaurante de comida peruana gourmet. Surgieron para cubrir un nicho de mercado en el emporio de Gamarra, y sí que lo lograron: no hay día en que no se formen colas para ocupar sus mesas. Los dos primeros socios empezaron como lavaplatos y fueron ascendiendo en diversos locales hasta ser cocineros por diez años en los restaurantes de Astrid & Gastón del Perú y el extranjero. El tercer socio, por su parte, estudió en Le Cordon Bleu y también maneja el negocio textil en el gigante de Gamarra. Un trío de éxito asegurado.


¿Dónde? Jr. Humboldt 1562. Galería Rodríguez 2do piso. Emporio comercial Gamarra, La Victoria. A media cuadra del Parque Cánepa. •¿Cuándo? L-S, de 12 pm a 5 pm •Costo promedio de platos S/.20. •Reservas al 473-0699. •Encuéntralos en www.tr3s.pe o escríbeles a informes@tr3s.pe.



España y Arequipa en un plato Maridaje



14 de agosto de 2011

La República
El Rocoto relleno retrata el mestizaje de la comida preparada al pie del Misti. Un nativo fruto rojo desarmado de circas y semillas picantes es invadido por quesos, carnes, cebollas españolas. Esta crónica bucea en los orígenes de la culinaria mistiana, acompañados del buen paladar de Antonio Ugarte y Chocano.

Por Juan Carlos Soto



Arde la ciudad al mediodía. El sol cae como una candela. Rebota en el sillar y adoquines del pavimento, luego aguijonea los poros de la piel. Es la potente radiación arequipeña que franquea la débil capa de ozono que cubre esta parte de la tierra. El miedo al cáncer de piel se advierte en la indumentaria del characato actual: sombreros de ala ancha, lentes oscuros y rostros blanqueados con protectores.

Con Antonio Ugarte y Chocano, un teórico de la cocina arequipeña, trepamos a un taxi Tico, de esos que congestionan calles diseñadas hace cuatro siglos para burros y carretas. A diario, veinte mil de estos carros entran y salen del corazón de la ciudad y convierten el tráfico vehicular en infernal. Son fuente de contaminación  y ruido.

Los embotellamientos demoran nuestro arribo a La Nueva Palomino, una de las picanterías, en cuyo fogón sigue cociendo la comida arequipeña, la mestiza en donde los paladares se agasajan con el picante, agrio, dulce y amargo. El techo a dos aguas, el fogón ardiendo a leña, cántaros de chicha y una pampeña de  Los Dávalos que suena a volumen bajo borran la imagen de la Arequipa de ticos, contaminada y transformada por las migraciones. La cocina probablemente sea el último reducto de la tradición. ¿Qué es la comida arequipeña? Se remonta a 13 mil años con los primeros pobladores asentados en la costa y devoradores de pescados y moluscos. Sin embargo, la verdadera revolución ocurrió en la Colonia. Las técnicas e ingredientes importados de Europa mezclados con lo nativo produjeron un recetario para llenar enciclopedias. El poeta Alonso Ruiz Rosas registró 317 fórmulas en su libro. Ugarte  está listo para acompañar  el banquete con un paladar de sabio.

Cruce de ingredientes

 Hoy es miércoles. En la carta del menú tradicional toca Chochoca, caldo espeso de maíz molido con carne de res. En antaño, las cocineras mistianas tenían un guión invariable: el lunes, Chaque de tripas; martes, Chairo; jueves, Chuño; viernes, Chupe; sábado, Caldo blanco o Blanco de lomos; domingo,  Puchero o Chupe de camarones. Estos chupes comenzaron a prepararse en la Colonia, dice nuestro anfitrión. Derivan del famoso Puchero, un descomunal sancochado de carnes, verduras, frutas, tubérculos, etc. importado del Viejo Mundo. En España lo llamaban Olla Podrida. El historiador Juan Guillermo Carpio Muñoz señala que este plato representa el cruce de la culinaria española y la nativa.  En la versión europea era clave la longaniza, chorizo saborizante; en Arequipa fue sustituido por  la lonja de chancho.  Los ajíes, potenciaron la sazón. “Primero se servía el hondo con el caldo y luego el plano con el sólido cubierto de hojas de repollo hervido”, dice Carpio.

Ugarte y Chocano saborea la Chochoca y desclasifica los ingredientes. “Arequipa fue generosa en producción de maíces,  la res vino con los conquistadores”, dice.

Los españoles trajeron un voraz apetito carnívoro. Nada comparable con el nativo serrano que era muy frugal. Su dieta lo constituían granos, tubérculos, carne de llama, etc. Se estima que la primera camada de vacunos arribó en 1546. El cabildo autorizó la venta de 150 cabezas a Hernando de Aguilar. También trajeron el cerdo, carne poderosa en aporte calórico y base de varios platos de fondo: chancho al horno, chicharrones, chuletas, etc. Pero el Adobo es insuperable. Este guiso dominguero purga los pecados de un sábado bohemio. Al alba, los trasnochadores ponen fin a la jarana en las adoberías de Cayma y Yanahuara. Los españoles lo preparaban con vino; en el aderezo arequipeño se introdujo el concho de la chicha de guiñapo.

La comida es mezcla de ingenio y necesidad. Ugarte bucea en  las raíces del Rocoto relleno, buque insignia de la carta local. Es probable que los vizcaínos sean dueños del “copyright”, con la diferencia que en la provincia vasca era Pimiento relleno. La creación del Rocoto relleno está envuelta en una leyenda. Dicen que su creador fue Manuel Masías (1728-1805). El cocinero quería agasajar al diablo con la condición que libere a su hija del infierno. En paladares, el arequipeño compite con Satanás. Los almuerzos siempre se acompañan con un pocillo del endiablado fruto, con zarza. Es estimulante del apetito.

UN PLATO DE GUERRA

El mozo trae un plato con porciones de varios potajes. Concentra guisos del día, Rocoto relleno, la Zarza de patitas, etc. En la carta figura con el nombre de Americano. Ugarte recuerda que el nombre surgió después de la Segunda Guerra Mundial. Los norteamericanos sobrealimentaban a la tropa; el almuerzo era servido en gamelas con cuatro platos distintos. El Americano se sirve igual, pero no es más que un ‘remake’ del viejo picante, aquel platillo ofrecido en las chicherías como yapa de la chicha. El señuelo eran esos aperitivos, se servían para estimular la sed. Las torrejas del plato introducen dos ideas a la conversación. La primera, la capacidad de las cocineras para reciclar ingredientes que sobraban, echarles harina y un huevo y freírlas en aceite o manteca. La segunda, las técnicas importadas del Viejo Mundo y adaptadas al medio. Los primeros nativos arequipeños comían cuy y lo cocinaban calentándolo con piedras, los españoles empezaron a freírlos.Pero los invasores no solo impusieron, rescataron las técnicas locales, por ejemplo la huatia. De los platos servidos quedan resquicios. Comida terminada, conversación finalizada. Afuera, la ciudad persiste en su laberinto de humo y ruido.

Tome nota 
La cocina arequipeña echó cimientos sólidos con la fundación española de la ciudad. Los colonizadores encontraron un valle fértil regado por un río, con pequeñas comarcas alejadas entre sí. Ugarte y Chocano afirma que las tierras se enriquecieron con la explosión del volcán Huaynaputina (1600) en Moquegua, cuyas cenizas oscurecieron la ciudad varios días. Como en Pompeya, el día se hizo noche, los arequipeños imaginaron el fin del mundo. Las capas de sustancias inorgánicas  enriquecieron el suelo, las cosechas se incrementaron seis veces más
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Una historia de puro corazón



Fuente La República

31 de julio de 2011

Grimanesa Vargas. Luego de 38 años preparando anticuchos en las calles de Miraflores, Grimanesa Vargas, la anticuchera más solicitada del Perú, se mudará a un local propio a mediados de agosto. Muchos de quienes la reconocen hoy por su sazón extraordinaria ignoran un pasado que aquí les contamos: una historia de esfuerzo y de lucha que vale la pena emularse. 

Por: Karen Espejo

Grimanesa Vargas lanza deliciosas señales de humo. Agitando una hoja de panca sobre contundentes trozos de corazón de vaca, esta mujer convoca un batallón de hambrientos en la cuadra tres de 8 de Octubre. De pie, sentados sobre una banca o cómodos en el asiento de sus coches del año, sus fieles seguidores hacen largas colas alrededor de su carretilla. El aroma a parrilla se propaga por toda la cuadra. Alrededor de la “Tía Grima”, a nadie le molesta comer con las manos, chuparse los dedos con la mayor frescura, ni esperar 40 minutos por dos palitos de anticucho. Total, son LOS palitos de anticucho. 

Por primera vez, desde 1973, aquel ritual de humo que hipnotiza a todo el que se acerca, dejará de escenificarse al filo de una vereda. Si todo sale bien, a mediados de agosto, doña Grima se instalará en el 464 de Ignacio Merino, Miraflores (a media cuadra de su ubicación actual). Su pequeño local no tendrá mesas, tenedores ni cuchillos. Al contrario, según asegura la mejor anticuchera del país, se mantendrá la esencia de su “servicio carretillero”. Continuarán los platos descartables y esa rica costumbre de comer con las manos. Habrá dos barras para atender al público, varias bancas, decoraciones de madera y fotos antiguas de la encantadora Grima. Al fondo, a la vista de los comensales, estarán las parrillas con las que hace magia y un área especial destinada a una picaronera.

Hace unas semanas, Grimanesa y sus ayudantes –entre ellos sus hijos Julio, Jesús y Gustavo– se mudaron a la cocina de su nuevo establecimiento para preparar los anticuchos que aún venden en la calle. Desde las 9 de la mañana hasta la medianoche, los cocineros tienen la titánica tarea de trozar 60 kilos de corazón. “Le quitamos la grasa y el nervio; eso último lo donamos al Centro Victoria. Entonces todo se reduce a la mitad de kilos, pero el público come pura carne suavecita. Ese es mi único secreto”, confiesa Grima, quien hoy vende 150 porciones diarias de anticuchos, entre las 7:30 y 11 de la noche. En su local, proyecta atender desde más temprano.

Historia de una emprendedora

A sus 70 años, Grimanesa ha ganado un Ají de Plata, la máxima distinción de Mistura; ha sido reconocida por Palacio de Gobierno y por la Municipalidad de Miraflores. Eso sin contar sus apariciones en publicaciones internacionales y como figura de marcas prestigiosas. Todo el Perú se rinde ante su singular sazón y también ante su desgarradora historia. Si antes no invirtió en un local es porque priorizó los estudios profesionales de sus cinco hijos. Oportunidad que esta madre soltera no tuvo. 

Grimanesa nació en el pueblo ayacuchano de Espite. “Cuando mi mamá se iba al campo, me dejaba cocinando. Tendría cinco años. Un día se enfermó de algo. Recuerdo que paraba llorando. Sé que por eso, cuando cumplí siete, me dejó donde una familia en Ica para trabajar de empleada. No regresó más. Luego de un tiempo me enteré de que había muerto... Los señores de la casa no me pagaban, solo me daban comida y vestido. Tampoco me dejaban salir. Conforme fui creciendo me di cuenta de que así no llegaría a nada. Yo quería ser alguien. Anhelaba juntar mi plata y tener mi restaurante (...). Un día, los señores me llevaron a Lima con ellos. Como a los 20 años, salí un domingo diciendo que iría a misa. Y nunca volví”, cuenta Grimanesa.

Sin estudios, documentos, ni ahorros, trabajó limpiando y cocinando en diferentes casas. En su camino se cruzó con el padre de sus hijos. Cuando sus pequeños estaban aprendiendo a caminar, fue abandonada, pero eso la hizo más fuerte. “Lavaba ropa, limpiaba departamentos o vendía almuerzos a los obreros de construcción civil. Hacía lo que fuera para que mis cinco hijos comieran todos los días. Aunque sea hierba luisa con pan duro en el desayuno y un camote sancochado en las tardes. Nunca los dejé sin alimento”, cuenta esta anticuchera, con la cabeza siempre en alto. Y es que motivos le sobran para  sentirse orgullosa.

La sazón de doña Grima

“Yo vivía en un solar de Enrique Palacios, en Miraflores. Un día, un vecino me dio la idea de vender comida en la calle porque tenía buena sazón. Me convenció de comprar un braserito en Tacora. Lo instalé en la puerta del solar y compré S/.2 de menudencia para hacer chanfainita. No tenía más plata. Así empecé”, asegura doña Grima.

Cuando juntó un poco más de dinero, gracias a los préstamos de sus caseras, comenzó a ofrecer choncholí, y pronto sus aclamados corazones de res. Además se cachueleaba vendiendo marcianos de fruta para comprar una refrigeradora de segunda, en interminables cuotas semanales. “Los anticuchos los aprendí por casualidad años atrás. Cuando cocinaba en una casa, la señora me pidió que le preparara un lomo de un nombre que no recuerdo. Como no sabía cómo hacerlo, lo corté en trozos, lo aderecé con lo que había y lo metí al horno. Cuando la señora llegó me dijo ¡¿qué has hecho?!... pensé que me iba a despedir. Pero lo probó y le encantó. Me felicitó. Y sin querer había dado también con la receta del anticucho”, rememora Grimanesa entre risas. La dedicación que ponía en cada plato, hizo que pronto esa callecita miraflorina se llenara de gente solo por ella. 

Con todo lo ganado pudo darles la mejor educación a sus hijos: Julio (45) estudió computación y administración, Olga (44) psicología y educación, Juan (43) se formó en Senati, Gustavo (41) siguió cursos en la Escuela Nacional de Arte, y Jesús (38) es hoy un próspero economista. Todos pasaron alguna vez por el trajín de correr al colegio, luego de apoyar a su madre cargando alguna portavianda llena de corazones de res o lavando algún plato de un comensal satisfecho. Todos saben lo que su madre sacrificó por ellos y ahora lo retribuyen manteniéndose a su lado. 

“Yo me siento muy contenta por la acogida de la gente y por los reconocimientos que me dan. Agradezco recibirlos en vida, pero más que nada porque ese será el recuerdo que les quedará a mis hijos cuando yo muera”, dice Grimanesa detrás de esos lentes de mujer sabia. Mañana en la noche, esta cocinera de 70 años estará en la misma calle miraflorina, lanzando una vez más sus deliciosas señales de humo. Volverá a reunir alrededor de ella a un batallón hambriento, con una hoja de panca entre sus manos y el corazón más noble que nadie haya imaginado.